"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



martes, 31 de agosto de 2010

No pudo ser ...

No pudo ser y es una auténtica lástima. La noche del 12 al 13 de Agosto salió nublada. Haciendo un mal chiste, San Lorenzo lloró en balde porque, al menos allí, no hubo nadie para contemplarlo.

A veces ocurre que las cosas que se pueden torcer se tuercen por completo. Es la conocida Ley de Murphy en su versión "astronómica" (el corolario de no-se-quien): todo acontecimiento astronómico se convierte al instante en un gran atractor de nubes. Y certifico que al menos esa vez se cumplió a rajatabla.

Hacía tiempo que no había tenido el inmenso placer de asistir a un máximo de las Perseidas desde un lugar de observación decente. Y ahora que tenía equipo y conocimientos como para aprovechar el evento y tratar de fotografiarlo, la ocasión la pintaban calva. Traté de organizar una observación compartida con mis amigos, preparé equipo y técnicas, busqué la ubicación mas adecuada (dentro de lo razonable), recopilé información, organicé planings y me dispuse a sacrificar una noche de sueño. Y entonces, cuando todo estaba listo, poco a poco empezó a desmoronarse.

La incompatibilidad de agendas me dejó huérfano de mis amigos, los gremlings de la informática sin el necesario programa de procesado y el inclemente dios de la meteorología (del que soy devoto y diligente oficiante) sin nada que observar ni fotografiar. Otro año será, aunque éste era el bueno porque la Luna estaba en fase nueva y las condiciones hubieran sido las óptimas.

Me queda el consuelo de haber podido ver (y fotografiar por pura casualidad) al menos el preludio a finales de Julio desde Ithaké. Les dejo la mejor de las fotos que saqué, aunque creo que el meteoro en cuestión no es una perseida sino una kappa-cígnida. Qué le vamos a hacer ...

viernes, 27 de agosto de 2010

Recuerdos del Cantábrico


Hace ya muchos años o un suspiro, cada cual que escoja su propia medida del tiempo, llegué hasta las costas del Gran Mar. Llegué con la mochila escasa de ropa (como siempre) y los ojos hambrientos de luz y de imágenes, compartiendo los pasos con mis amigos.

Compartimos un cocido montañés que aun hoy recuerdo asombrado, una carrera cuesta abajo y sin frenos en los lagos de Enol, un largo paseo en canoa por el Sella, la vieja y raída habitación de un albergue de Ribadesella que nos pareció un palacio, las cúpulas de una gran tormenta alzándose en la mañana sobre un mar en absoluta calma, una playa mutante bajo el abrazo de la inmensa marea, los negros cangrejos junto a la batiente, el color verde, los bosques brumosos, una carretera abandonada en la noche del páramo camino de Miranda de Ebro ... Pero sobre todo el azul infinito extendiéndose frente a nosotros en una brumosa mañana sobre los acantilados de la Costa de la Muerte.

El Mar, la curiosidad, el asombro, mis amigos ... ¿qué mas añadir?



Como Roy Batty, el Nexus-6 de Blade Runner (tú, Deckard, también estabas allí y recuerdas como yo cada brizna de hierba), " ... he visto cosas que vosotros nunca creeríais ..." Mis ojos se llenaron de todas esas imágenes que aun hoy permanecen frescas en el recuerdo y conforman una parte esencial del mosaico de mi vida. Aquel mar me impactó al enseñarme el sentido de lo inconcebible. Cambió mi alma con su bramido profundo y quedo.



Son apenas un par de royos de película, uno en color y otro en blanco y negro, todo lo que yo podía comprar con mi exiguos ingresos. Cada foto de ellos lleva mi alma cargada porque no había posibilidad de un segundo intento y tenía que capturar todo aquel asombro en apenas 48 instantáneas. Son pura intuición, puro dejarse llevar, sin técnica, sin conocimientos, sin experiencia, sin medios. Todo lo demás lo hizo mi vieja querida Pentax K1000 con su objetivo estándar de 50 mm a f:2, una cámara que compré de saldo y que me ha enseñado casi todo lo que sé (que no es mucho) de fotografía.

lunes, 23 de agosto de 2010

El alba de las estrellas

El Sol se ha puesto y comienza el crepúsculo. Durante una hora y media, poco mas o menos, la luminosidad del cielo decrece y la noche se va instalando poco a poco.

¿Sabrían identificar qué constelaciones están retratadas en la foto? La respuesta, mas abajo.

Se suele distinguir entre varios "crepúsculos": el civil, el náutico y el astronómico. Todo depende de la profundidad del Sol bajo el horizonte. Así, el crepúsculo civil abarca desde la puesta de Sol hasta que éste se encuentra a 6º bajo el horizonte. El náutico abarca, en cambio, hasta los 12º bajo el horizonte y, finalmente, el astronómico hasta los 18º. Al finalizar el crepúsculo astronómico la noche ha entrado a todos los efectos ya que la luminosidad del cielo ha decrecido hasta permitir distinguir todas las estrellas hasta la magnitud 6, considerada habitualmente como la magnitud visual límite.

Aunque en sentido técnico (y estricto) el crepúsculo se define tanto como el intervalo temporal inmediatamente posterior a la puesta del Sol (crepúsculo vespertino) como el inmediatamente anterior a la salida del mismo (crepúsculo matutino), en lenguaje común a este último se lo denomina "alba". Y de ahí se ha derivado su significado sinónimo de comienzo primero, de primera luz.

Quizás por pura simetría, si existen dos "crepúsculos", podríamos decir también que existen dos "albas". Pero puesto que se da el significado al que aludía antes, el "alba vespertina" lo sería no por referencia al Sol si no por referencia a las estrellas. Y tal vez no sea mas que una licencia poética, pero me gusta contemplar de ese modo inverso el suave y sedoso arribar de la noche a este maltratado mundo.

Así pues, cuando se pone el Sol y el azul del cielo se va haciendo cada vez mas profundo y oscuro, cuando el celeste se vuelve cobalto y los luceros principian en la gran bóveda, comienza el alba vespertina. El alba de las estrellas.

Para los curiosos, la Osa Mayor y parte de la Osa Menor. Por poquito, pero la Estrella Polar no es visible.

jueves, 12 de agosto de 2010

El erizo, el astrónomo, los caracoles y las espirales.

Ya lo referí en otra ocasión; la concha de un caracol es un asunto de lo mas delicado ...

El erizo me hizo notar que aunque bajo el Sol hacía mucho calor la brisa era fresca y agradable. Eso es importante si eres un astrónomo escribiendo fórmulas en un papel. Así que me invitó a compartir la sombra de una higuera. Luego continuó con su disertación.

"Toma un número -dijo el erizo-, súmale uno y divídelo por sí mismo. Si el resultado es el mismo número que tomaste, entonces te hayas en presencia del Número Sagrado".
"¿Y por qué es sagrado?" -pregunté incauto-.
"¿Me tomas por estúpido? Pregúntale a los caracoles. Yo estoy demasiado ocupado con mis teoremas" -y dio por concluida la conversación.


Me fui de allí sentado en una silla de anea azul, deambulando ociosamente tras unas abubillas que me miraban con creciente indignación. Son criaturas muy estiradas y pomposas las abubillas.

Cambié de tercio (y de silla) para no seguir incomodándoles pero el mediodía andaba en pleno apogeo y no llegué muy lejos. De la higuera pasé a una sabina a la que unas alegres lagartijas me habían invitado. Y no puedo negar que fuera una visita interesante y productiva; ¿sabían ustedes que las lagartijas trepan a los árboles y saltan de rama en rama como las ardillas? Pero me estoy desviando del tema ...

Entonces, si tomamos un número "a" y lo multiplicamos por el número "sagrado" del erizo, y luego al número así obtenido, "b", le sumamos el primero, el resultado de esa suma (o sea, "a+b") guardará la misma proporción respecto a "b" que "b" guardaba respecto a "a". Fantástico ... pero, ¿por qué?. Tal vez por eso dice el erizo que es sagrado ...


Debí de poner una cara tan estúpida al tener esa revelación que un coro de conejos se partió de risa a mi costa. Pensé, indignado al notarlo, que no tenían razón alguna para el cachondeo esa panda de lagomorfos que no sabían hacer la "o" con un canuto y perdían sistemáticamente al ajedrez con el autillo todas las puñeteras noches. Comprensiva, una lagartija me sacó la lengua y me dio unas palmadas en la espalda. "Ya lo entenderás, ya", dijo.

La lagartija me dio la dirección del lirón careto, un tipo de lo más profesional (¡pese a ser matemático!) y mucho más simpático que el erizo. Sus únicos defectos eran sus costumbres noctámbulas y sus modales en la mesa. Pero a esas alturas no estaba para exquisiteces. Para mi sorpresa aquél redundó en lo dicho por el erizo, que preguntase a los caracoles, y se brindó a acompañarme. Porque no es tarea fácil.


"Nada impide -dijo el lirón mientras caminábamos- que tanto "a" como "b" puedan ser segmentos o incluso figuras geométricas de dimensión definida, sea su radio, su perímetro, su área, su volumen, ..."
"¿Se puede, pues, generalizar a n-dimensiones, por ejemplo a hipervolúmenes de 4 o más dimensiones?" -pregunté.
"Claro, por supuesto" -respondió.
"¿Incluso a un espacio de Minkovsky, al "espacio-tiempo" relativista, tomando también el tiempo como dimensión en la que se produce la progresión?" -insistí.
"Bueno, si te place ... Pero ¿no preferirías sobre una cinta de Möbius? El resultado es de colores ...".

Entonces llegamos a los caracoles, que estaban enterrados en tierra y ellos me contaron que si cogía el extremo de su caparazón con la mano y me dejaba deslizar hacia dentro cada media curva el radio se reduciría en la justa proporción del número "sagrado", de tal modo que al completar los 360 grado, en lugar de volver al punto inicial me encontraría mas cerca del centro en la misma proporción en la que los radio se habían reducido, y nuevamente en la siguiente curva sucedería los mismo, y lo mismo en la siguiente y así, ... "¿hasta el infinito?", le espeté. "No, por supuesto. Mucho antes habrás llegado al Cosmos que se oculta en su interior" -contestó el caracol. "Entonces, ¿cada concha que hay en la tierra de este huerto es un Universo?", dije asombrado. "No. Pero son los caminos que conducen hasta ellos. No obstante ten cuidado. Las conchas de las almejas no te valen; ésas guardan secretos mas profundos y complejos". Pero a esas alturas ya no le escuchaba; solo pensaba en cuántos ilimitados universos cabrían en aquel pequeño huerto.


P.D.: A ver quién sabe de que narices estoy hablando ...

sábado, 7 de agosto de 2010

Los amores imposibles

Dice la canción que los únicos amores perfectos, los únicos que no mueren ni se olvidan, son los amores imposibles. Y así era el amor del faro.

Cada noche, al prender su luz y comenzar su jornada, atisba el horizonte y busca a su amada. Y tan a menudo se siente desolado por verla ya lejos al oeste y comprender que no supo de su paso por estar dormido. Pero otras no la ve y entonces se sienta pacientemente a esperar su aparición sobre las aguas a Levante.

Deja pasar las horas enfrascado en su dura e interminable labor, señalando su alta roca hasta mas allá del horizonte, sosteniendo con su esfuerzo la frágil vida de pescadores y marineros. Mientras hila su luz se enardece, se siente poderoso y en su mente se hace paso la firme decisión de no dejar pasar mas ocasiones, de proclamarle su amor, de deslumbrarla con sus más radiantes y azules rayos. Ve claro el camino, evidentes las razones y se vuelve casi impaciente de que llegue el momento que tantas otras veces esquivó por miedo.


Y entonces, ya pasada la medianoche, la ve aparecer sobre las aguas, dulce y sinuosa, hermosa, fascinante. Se siente confuso, balbucea, duda, vacila, se arrastra, se oculta, se miente, se convence, se da la vuelta y aprieta los dientes. Pasa un minuto, dos, diez, veinte, ella se alza, vuela sobre su cabeza, y cuanto mas alta mas absurda parece la idea de llamar su atención, de incordiarla con sus paupérrimas razones, de hacerle el feo de que pose sus ojos sobre él. La deja pasar sintiendo exhalar un cachito del alma que marcha hacia ella pero cae poco mas allá y se pierde para siempre.

El faro se da la vuelta, vuelve a su faena sangrando por dentro una vez mas y se explica, también una vez mas, que no puede, que no sirve, que no merece, que no alcanza, que es demasiado insignificante. Y piensa también que es mejor así, que si ella le correspondiese tendría que marchar y dejar la roca y su dura faena, su dura e imprescindible faena, y él no puede marchar de aquella roca que es su roca, donde nació, donde aprendió su oficio, donde están sus raíces y los que le necesitan, y no puede abandonar su faena, por mas dura e interminable que sea porque nadie mas la puede hacer y son tantas las vidas, las frágiles vidas que dependen de ello. Son tan pequeños e insignificantes los hombres sobre la mar que hasta una soga de luz les es imprescindible para simplemente seguir vivos. Esos débiles e insignificantes e inconscientes hombres que lo mantienen atado sin esperanza a la roca con sus débiles e insignificantes e inconscientes necesidades, impidiéndole marchar con su amada.


Ve entonces marchar hacia el oeste un velero y lo cree en pos de su amada. Y en un arrebato de celos y de ira lo engaña con su haz, lo pone con rumbo equivocado, lo dirige hacia las rocas y contempla como se estrella contra ellas. El cachito de alma que exhaló muere sobre las aguas con los marineros del velero. Pero su ira se enfría y su mente se calma de tormentas. Vuelve a su interminable labor y se olvida poco a poco. Tal vez la próxima vez tenga fuerzas y voluntad y coraje para decirle a la Luna que la ama y tal vez ella le corresponda.

Pero el faro se miente. Y no porque la Luna pueda o no pueda corresponderle. Se miente porque su cobardía no nace de temer que le rechace; su cobardía surge del temor de que le correspondiese. Él no quiere marchar de la roca, no quiere dejar su dura e interminable e inútil tarea. No quiere comprobar a qué saben sus besos ni saber de los recovecos de su alma. Él prefiere la tranquila estabilidad de su anodina vida en la que cada cosa tiene su sitio y hay un sitio para cada cosa. No quiere arriesgarse ni aventurarse, no quiere ver lugares desconocidos ni esforzar palabras y gestos. No quiere confrontar su amor perfecto con su amada real. Él sólo quiere una fantasía que ilumine sus jornadas y sus esfuerzos.


Un día, justo al ocaso, ella surge de las aguas con vestido de gasa rojo, más hermosa y radiante que nunca. Él brilla azul un instante junto a ella. Y bailan sin él saberlo. Porque él sigue perdido en sus excusas y se refugia en sus razones. Y pierde una vez mas la oportunidad; porque aunque en realidad ella no sabe siquiera de su existencia, le está regalando en ese preciso instante una mota de eternidad. Mientras él mira para otro lado ...


Miente la canción porque no es amor lo que no se tiene fuerzas para consumar. No puedes amar lo que no quieres conocer. Y lo demás solo es ensoñación.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Ares y Antares

Guardando el corazón de la Vía Láctea hay un centinela terrible y amenazador. Ocho patas, dos de ellas con poderosas pinzas, un cuerpo acorazado en toda su extensión y, coronándolo todo, un formidable aguijón venenoso. El Escorpión.

Una vez salvó a la Luna (Artemis) de la presencia inesperada del gigante cazador Orión matándolo con una de sus picaduras, lo que demuestra su letal poder. Ella, en agradecimiento, lo situó en su actual celeste posición, mientras Orión, también elevado a las esferas, se refugia de él en el lado opuesto del firmamento.


Tal vez por estas pendencias, por su carácter belicoso y por su evidente color rojo, su corazón, la estrella a la que los árabes bautizarían Kalb Al-Akrab (pues tal significan esas palabras), fue considerado émulo y rival del dios de la guerra y de su estrella en la bóveda, Ares, también conocido por Marte para los romanos y todos nosotros. De ese modo recibió su nombre griego, Antares, el que se opone a Ares.


De cuando en cuando miden sus fuerzas cuando Ares, en su deambular eterno por los cielos, se acerca a los dominios de Scorpio. Esas periódicas contiendas no siempre son visibles a nuestros ojos pues a veces acontecen al otro lado del Sol, pero cuando lo son podemos contemplar sus rojos resplandores cerca uno del otro, pugnando por ser quien mas brilla. Y no siempre vence el dios.


No ha llegado aun el tiempo de volver a ver esa conmoción de las esferas pero ya es posible verlos compartir los cielos sin tener que cambiar la dirección de nuestra visión, lo que anuncia su cercanía.


Por ahora Ares se demora junto a Cronos (Saturno) y Afrodita (Venus), en el crepúsculo, no lejos al oriente de Helios (el Sol). Pero ya ha iniciado su marcha hacia los dominios del Escorpión ...