"Háblame, oh Musa, y cuéntame del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado la

sagrada ciudadela de Ilión, conoció las ciudades y el ingenio de innumerables gentes".

Homero
, Odisea, Canto I



martes, 30 de agosto de 2011

La Isla del Meridiano (II)





Allá lejos, bien lejos porque es el pedazo de tierra mas extremo al que se puede ir sin abandonar el país, está esa roca negra y roja que alguien hace mucho bautizara El Hierro. Bien podrían ser los restos flotantes de un gran meteorito que yaciese sobre el fondo del Atlántico; no sería así mas extraño ni alucinante. Su tierra, sus gentes ... Tal vez no se acuerden pero ya les conté en otra ocasión que a esa roca llamé durante año y medio mi hogar y a ella seguiré espiritualmente atado de por vida.





Cuando uno llega por vez primera se lleva inevitablemente una gran sorpresa. Tras despegar de la populosa y diversa isla de Tenerife y sobrevolar La Gomera, el avión enfila directo a la isla extrema y no es posible vislumbrarla para el pasaje hasta muy poco antes de que el aparato gire para iniciar la maniobra de aterrizaje. Y lo que ves entonces te deja atónito; una enorme roca empinada y negra envuelta en niebla en la que no se adivina lugar alguno en el que guarecer un puerto o tender un huerto. Y tampoco puedes imaginarte que exista algún lugar en el que instalar una pista en la que aterrizar. Pero como con lo demás, eso depende del humor con el que te lo tomes.

Definir al herreño y a "lo herreño" me sigue siendo imposible a día de hoy. Gentes tranquilas, pausadas hasta pasmar, afables, amables, acogedoras, reyes del "dejar hacer", amantes del comer y del beber, de los placeres mundanos y de vivir el momento. Y al mismo tiempo los mas astutos y taimados negociantes, feroces de lo suyo y tozudos como el basalto. Todo ello junto y nada de eso sino algo completamente diferente. Así que aquí lo dejo; no intentaré resumir en dos lineas lo que ni una vida entera bastaría para comprender. Volveré a lo del humor.



Porque realmente todo lo que importa es el humor con el que te lo tomes. Éso sí que me caló; pase lo que pase las cosas son exactamente como las encajes. Puedes pasar de puntillas, no ver mas que lo de fuera, tomarte la vida a la tremenda o que te duelan los pies de tanto tener que caminar. O puedes dejar que fluya, empaparte de lo que te encuentras, aprender a cada rato y, sobre todo, tomártelo con muuuucha calma. Los hechos serán los mismos; la vida no.

Les diré un par de cosas sobre el "yo" de cuando fui herreño: amé el silencio, los acantilados y el cielo estrellado (cuando me dejó). Odié el viento pesado del este, el espray salitroso y, por sobre todas las cosas, la calima de muerte. Amé el mar, los golfos, los eriales de la costa sur, la laurisilva y un par de calles y de plazas de Valverde. Odié la obsesión carnívora de sus gentes, los inmensos corredores dedicados a dulces y chucherías en los supermercados, el mar de nubes cuando tenía que estar bajo él. Amé el queso freso y las almendras crudas, los higos cuando los pillé, la ceniza volcánica y los cernícalos, y el mar de nubes cuando pude estar sobre él. Odié los derrumbamientos a pocos cientos de metros de mi casa, la soledad y la distancia cuando mi mujer y mi hijo recién nacido dormían a dosmil quilómetros, los conductores sin corazón. Y amé el Faro de Orchilla, el borde sobre el abismo del Golfo, la niebla, llegar al trabajo, al aeropuerto, poco antes del alba y parar el coche y apagar las luces en medio de la nada, pasear, respirar ...



La vida es eso, lo que vemos, lo que sentimos, lo que aprendemos por el camino. Lo bueno y lo malo. Pero solo si nos enseña algo de nosotros mismos.

Si alguna vez van a El Hierro y se sientan sobre una colada de lava a escuchar el viento, no se sorprendan si me ven a su lado. Algo de mí sigue por allí.

4 comentarios:

  1. Para entender un paisaje tendemos a buscar el horizonte para situarnos entre el cielo y la tierra pero la penúltima foto es espectacular. En mi opinión incluso ayuda a sentirse bien alto, y altivo, y qué carajo, a sentir envidia, gracias a esa nube caprichosa que nos impide ver esa horizontal. La repetición de árboles cierra una compo preciosa.

    Mi pregunta ¿Cabe más amor por un lugar en un post?

    Olé!

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  2. De caprichosa nada; esa nube es la niebla que envuelve la escena (bueno, para ser puristas, yo estaba a la altura exacta en que la capa nubosa cortaba la ladera, lo que se manifestaba como estar envuelto en niebla). Bajaba con mi coche hacia la llanura del Golfo por la tremenda ladera de la antigua caldera volcánica cuando la niebla empezó a abrirse y puede percibir el atardecer. No lo pude resistir; paré el coche y tire unas cuantas fotos, ésta entre ellas. Teniendo en cuenta que la ladera empieza a 1300 metros de altitud y que la foto está hecha a mitad descenso o menos, sí, creo que la impresión de altura es acertada.

    Pero yo no tengo nada que ver con lo acertado o no de la composición. Soy de esas personas que fotografían visceralmente, intuitivamente, sin planificación (mal hecho). El mérito reside en el motivo; es una isla increíble.

    Responderé a tu pregunta: la amé y odié a partes iguales, lo que significa que no fue para mí el simple escenario de una parte de mi vida sino uno de sus protagonistas. Te tiene que doler la tierra que pisas para que puedas comprenderla. No es simple belleza (que la tiene, no obstante, a borbotones).

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  3. En una ocasión oí que en la isla de hierro no había ningún ascensor...en ese momento deseé ir a verlo con mis propios ojos...

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  4. Joako, no lo sabía pero ahora que lo pienso es evidente: mientras estube allí nunca vi un edificio de mas de tres plantas (incluida la torre de control de aeropuerto).

    Un error común de la mayoría de los turistas que visitan la isla es no permanecer en ella mas de un par de días. Normalmente son gente que visita Tenerife o Gran Canaría y que decide hacer alguna excursión a las islas menores. Pero El Hierro es una isla de la que hay que empaparse, tomartela con calma (de a pequeños sorbos, como dicen por allá); coger un coche y perderte (literalmente), escuchar el viento y, si te deja, el silencio, dejarte arrastrar por el viento y salpicar por los acantilados, dejarte tragar por la niebla ...

    Si alguna vez vas por allí resérvate un par de semanas y no planifiques nada (NADA) en absoluto; déjate aconsejar por la gente de allí y olvídate del móvil y del reloj. Así, en vez de postales te traerás el cachito de ti mismo que te desvele la Roca.

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